EL SOLITARIO NAVEGANTE
Muchas veces lo veo sentado en el mismo
sitio, quizás demasiadas, como un lobo solitario, y aunque tarde meses en
volver, siempre lo encontraré en el mismo lugar aislado e inmutable; no
recuerdo haberlo visto llegar ni marcharse, como las sombras cuando el sol
desaparece; suele estar solo, en silencio casi siempre, con la serenidad justa
y suficiente, sonriendo cuando levanta los ojos del papel cuando escribe, entregando
un poco de felicidad desde la mirada que trasmite; más que sentado, parece que
domina los contornos de la mesa grande, haciéndola suya como una isla de
zafiros y corales; la mayoría de las veces, está tan concentrado en su
escritura que deja de lado la bebida abandonándola a su suerte; hay un rumor
alrededor de pequeñas proporciones, dónde el ruido de los vasos, las tazas y
las conversaciones, se apoderan del local en las fronteras de un desayuno
susurrante; él, ni se inmuta, ni se pierde, sigue escribiendo perdido en mares
lejanos o quién sabe; al terminar su trayecto por el blanco papel, levanta la
vista mirando a su alrededor como un vigilante; escribe por el placer de
escribir sin esconderse, perdido en un mar de palabras llenas de borrones, examinado
el mundo con ojos pequeños y distantes; cuando vuelva dentro de algún mes, o la
semana que viene, seguro que volveré a verle en el mismo lugar sin inmutarse;
me levanto distraído de la mesa para irme, cuando al mirar a mi derecha de
reojo, descubro sorprendido al verme, que soy yo el solitario navegante
reflejado en el espejo quién escribe...
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