martes, 11 de septiembre de 2018


EL SOLITARIO NAVEGANTE

Muchas veces lo veo sentado en el mismo sitio, quizás demasiadas, como un lobo solitario, y aunque tarde meses en volver, siempre lo encontraré en el mismo lugar aislado e inmutable; no recuerdo haberlo visto llegar ni marcharse, como las sombras cuando el sol desaparece; suele estar solo, en silencio casi siempre, con la serenidad justa y suficiente, sonriendo cuando levanta los ojos del papel cuando escribe, entregando un poco de felicidad desde la mirada que trasmite; más que sentado, parece que domina los contornos de la mesa grande, haciéndola suya como una isla de zafiros y corales; la mayoría de las veces, está tan concentrado en su escritura que deja de lado la bebida abandonándola a su suerte; hay un rumor alrededor de pequeñas proporciones, dónde el ruido de los vasos, las tazas y las conversaciones, se apoderan del local en las fronteras de un desayuno susurrante; él, ni se inmuta, ni se pierde, sigue escribiendo perdido en mares lejanos o quién sabe; al terminar su trayecto por el blanco papel, levanta la vista mirando a su alrededor como un vigilante; escribe por el placer de escribir sin esconderse, perdido en un mar de palabras llenas de borrones, examinado el mundo con ojos pequeños y distantes; cuando vuelva dentro de algún mes, o la semana que viene, seguro que volveré a verle en el mismo lugar sin inmutarse; me levanto distraído de la mesa para irme, cuando al mirar a mi derecha de reojo, descubro sorprendido al verme, que soy yo el solitario navegante reflejado en el espejo quién escribe...




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