LA NOCHE DE TODOS LOS SANTOS
Como cada treinta y uno de octubre al llegar
la noche embrujada, cuando se abren las puertas del más allá, y todos los
Santos se reúnen de madrugada, recorriendo los cementerios como espíritus sin
alma, ella, siempre llegaba con un ramo de flores para regalarle a los pies de
su tumba olvidada, esperando una señal, o quién sabe, para continuar con
fuerzas y esperanza...
Él, había sido su voz con palabras, su
sonrisa en la derrota y su apoyo en la batalla; el que cosía con sus besos las
cicatrices desde la infancia, y le sostenía con ternura a cada paso que daban;
allí, petrificada como una estatua, sin ver lo que le rodeaba, otros seres de
la noche a su lado pasaban, mirándola con expresión de melancólica añoranza...
Algunos vestían traje negro con solapas levantadas,
otros portaban sábanas que les cubrían la cara, y algunas damas, iban vestidas
de blanco con cadavéricas mascaradas, o empuñaban escobas con las manos
levantadas; unos y otras, a su alrededor se acercaban, sin hacer ruido,
mientras sus huellas en el suelo no quedaban marcadas...
De repente, un escalofrío misterioso le
recorría la espalda, y, sin saber el motivo, siempre pensaba que la observaban;
llegado ese momento, tras muchos años arrodillada delante de la tumba a la que
rezaba, la chica de triste mirada, al marcharse dejaba las rosas rojas sobre la
lápida cerrada...
Entonces, por primera vez en otoños llenos de escarcha,
un ligero viento empezó a levantarse por arte de magia, moviendo las rosas que
formaban un corazón entrelazado, sin ninguna mano que las ordenara, mientras
las gotas del frío que la niebla condensaba, sobre la lápida de mármol un
"TE AMO" luminoso, con dedos invisibles para siempre se dibujaba...
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